AL OTRO LADO
Al otro lado (Auf der anderen seite) está la clave de tu extrañamiento. Al otro lado y en ti mismo, en esa materia compleja que hace de ti la cultura, en ese límite extraño que interrumpe tu camino, en ese enigma impreciso que va fabricando el destino. Así, sucede que te buscas a menudo, que anhelas tu oculta presencia o que buscas algo tuyo que has perdido; pero se hace imposible el encuentro. Todo pasa tan cercano, a tu lado, que parece pudieras rozarlo; pero siempre se acaba alejando, apartando, extraviando. Y nadie conoce el secreto de ese vagar ignorando, negando, explorando, cuando nada se nos muestra en el momento preciso, cuando todo se oscurece en la mirada, cuando todo se mueve sin sentido. En el film de Fatih Akin, Ali busca a Yeter, Nejat busca a Ayten, y Susanne busca a Lotte. El primero, un turco viejo afincado en Alemania, porque espera aliviar su soledad contratando en exclusiva los servicios de una prostituta turca. Nejat (Tunçel Kurtiz), porque adquiere, sin buscarlo, un compromiso imprevisto (algo de lo que no es responsable) y espera pagar esa deuda en el encuentro con Ayten. Y Susanne (Ana Schygulla) porque debe asumir lo perdido (lo que sabe ya ha escapado de su sitio) y porque ello es idéntico a sí misma, es su extensión en el tiempo, es persistencia y fortuna. Y porque debe proseguir con un deseo que justifique, al fin, una muerte, aunque ésta es ausencia y es tragedia, aunque ésta signifique, entre todas las muestras posibles, el dolor, la locura, el abismo. Y todos parecen buscarse en un laberinto imposible, en una carrera de obstáculos, en algún momento de esta historia. Los caminos se cruzan y entrecruzan de Turquía a Alemania, de Estambul a Berlín, de Berlín a Estambul, y de Alemania a Turquía. Pero nada facilita los encuentros, todos caminan perdidos como si el alma de un misterio impidiera a los cuerpos encontrarse, como si una mano oscura estuviera moviendo los hilos. Aunque la historia de Akin poco tiene que ver con una historia de lindes, de fronteras oficiales o del juego institucional de la geopolítica. Aparecen también en la pantalla (los convenios, las cárceles; la Unión Europea, las deportaciones); son parte de la acción e inexcusables. Pero a Akin le interesan más las personas (los outsiders, las prostitutas; los homosexuales, los negros, los indígenas; los parados, los borrachos, los noctámbulos; los sin techo o sin papeles; los sin nada), le interesan los seres humanos, atender a las vidas ajenas. Y estas vidas siempre habitan, temporales y extranjeras, permanentemente en tránsito. ¿Qué les importan los medios, los contornos, las fronteras? Con Akin estamos más cerca de una geopoética humana que de una simplificación geopolítica. Los condicionamientos culturales son importantes y salen a la luz a veces; el ambiente también es importante; pero lo más importante, siempre, son las personas, las relaciones humanas. Se podría dibujar un mapa de la vieja Europa y otro mapa de Asia, delimitar geográficamente, y hacer inteligibles los espacios; pero no serviría de nada. Como explicaba recientemente Ana de Diego (Contra el mapa. Disturbios en la geografía colonial de Occidente, Editorial Siruela), “Nos hacen creer que el mundo es abarcable. El que controla el mapa tiene el poder, y a la vez todo lo que contiene es un misterio”. Sin embargo, entre Alemania y Turquía, entre Turquía y Alemania, Fatih Akin (Hamburgo, 1973) va construyendo su propia geografía metafísica, entendiendo aquí “metafísica” (La banalidad, José Luis Pardo) como ese espacio del genero conocido como “geografía fantástica” o, como ya comentaba al principio, como esa zona inabarcable que se puede designar geopoética. “Grandes creaciones de este genero –nos recuerda Pardo en su libro- fueron, por ejemplo, la Grecia arcaica de Hölderlin o Nietzsche, el Combray de Proust, la España profunda del topos de la Europa de los dos últimos siglos o los campos atormentados de Van Gogh”. Y, en Fatih Akin, ese lugar impreciso, esa zona alborotada de donde nacen sus historias, es una imagen borrosa que él denomina “Liebe, tod und teufel”; es decir: el amor, el mal y la muerte. El mal porque siempre está presente en el camino, porque aterra e intimida: el poder, la ignorancia, el racismo. El amor porque el amor lo es todo, nuestra última y única esperanza: paciencia, tolerancia, entrega. Y, la muerte, intermediaria y fronteriza, porque es signo, inexorable, del destino. La muerte aquí no como fin de una historia, sino mudanza y ruptura; la muerte que viaja en la pantalla, al otro lado, de un lado a otro. Y la muerte que se ha muerto ahora en tu vida: un cuerpo muerto o un recuerdo, un ser que muere o un tiempo. Ahora, en el film de Fatih Akin, como una imagen que amenaza, al otro lado; ahora amenazante en la pantalla. Y, de la muerte, siempre, vuelve a nacer la vida.
2 comentarios
Enrique -
pini -
qué mensaje esperanzador, aún desde la crudeza.
yo me quedo con el amor, definitivamente.
para la muerte, tengo la eternidad.